Deus Vult by Alberto Pertejo-Barrena

Deus Vult by Alberto Pertejo-Barrena

autor:Alberto Pertejo-Barrena [Pertejo-Barrena, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-06-15T16:00:00+00:00


* * *

Casón de Paones de la Sobarriba. Reino de León.

15 de septiembre del Año de Nuestro Señor de 1179.

Desde que había llegado al casón de mi familia, había hecho todo lo posible por hacerme ver por el condado. Seguí enseñando a Diego a luchar y cabalgar, salí de caza con mis hermanos, paseé a caballo por nuestras tierras, fui al molino que un día fue testigo de nuestro amor… Pero todo parecía no tener fruto. Nada me hacía sospechar que Jimena hubiera vuelto a preguntar, aunque fuera indirectamente, por mí.

Incluso, en una de mis salidas cinegéticas, y arguyendo que uno de los perros se me había extraviado, llegué a los lindes de las posesiones de los Mansilla. Ciertamente rayanas con las nuestras, mucho más modestas. En ellas había buenos pastos, bosques de encina donde sacar leña, cerca de diez molinos y servidumbres de paso para que los ganados pudieran beber en el Bernesga.

Pregunté a un chiquillo, de nuevo con la excusa del perro, si los señores estaban en su mansión, pues quería pedirles permiso para buscar mi perro extraviado.

Para mi contrariedad, el chiquillo me dijo que tanto el conde cómo la condesa, habían partido hacía unos días a visitar a unos familiares cerca de la población de Riaño.

—Desconozco si ya están de vuelta, mi señor.

—En ese caso, demoraré la búsqueda de mi perro. De todas formas, confío en que sepa volver como otras veces —dije intentando parecer normal y que la noticia de posible ausencia de Jimena no se me notara.

Cuando volví a mi casa, me derrumbé en uno de los escabeles de mi alcoba, aprisionado por los recuerdos y la vaga ilusión de que ella hubiera hecho preguntar a una de sus doncellas por mí. Aunque todo pudiera ser un error y que la pregunta fuera hecha por la sirvienta únicamente al haberse corrido la noticia de mi llegada. A fin de cuentas era un cruzado y eso siempre llamaba la atención.

Apenas probé bocado en la cena y esquivé las preguntas de mi padre y de mi hermano mayor con evasivas respuestas referentes al cansancio del viaje y de los días de cacerías. Afortunadamente, mi hermano Sancho pareció entender que mi deseo era cambiar de conversación y todo se enfocó a Tierra Santa.

—¿Y nos dices, Alonso, que el rey Balduino morirá en breve de lepra? —Preguntó mi padre.

—Así será, padre. La sucesión se porfía de forma nada clara, puesto que no tiene descendencia y su hermana enviudó estando embarazada del actual príncipe Balduino. Nada está decidido.

—Se rumoreaba por aquí que el Rey de Francia había ofrecido a uno de sus más insignes vasallos para desposar a la hermana del rey y así entronar —comentó mi hermano.

—Algo de cierto hay pero finalmente, Felipe de Flandes se fue de algarada por las cercanías de Damasco con algunos nobles de la zona, dejándonos sin su concurso en la batalla de Montgisard.

—Dicen que Saladino es un verdadero demonio, que incluso come carne humana… —volvió a comentar mi hermano Sancho.

—En Outremer se dice



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